El final de la antigüedad clásica coincide con el surgimiento del cristianismo y la concepción Teocentrista del cosmos propia de este período, la cual no estimulaba a averiguar el origen físico de las enfermedades. Aunque las diferencias de clases son muy marcadas, el cristianismo provoca que la atención que se ofrece a los enfermos sea menos clasista y más igualitaria. Se siguen utilizando prácticas arraigadas al saber popular y mitológico, pero se comienza a incluir lo religioso como consuelo y /o camino hacia la curación. La enfermedad era un castigo divino y su curación se fundaba en el arrepentimiento y la penitencia. La voluntad de Dios estaba por encima de la habilidad del cirujano.
Dada la importancia del cristianismo en la salud, la dedicación al cuidado de los enfermos, pobres y marginados se consideraba como una forma de sacrificio y oración. El cuidado de los enfermos se convierte en una de las misiones más importantes de todo cristiano, más concretamente de las mujeres cristianas. Diaconisas, vírgenes, viudas, presbíteras, canónigas o monjas dedican su vida al cuidado de enfermos.
En los monasterios se acoge a peregrinos, enfermos y desahuciados, comenzando a formarse el germen de los hospicios u hospitales, aunque la medicina practicada por monjes y sacerdotes carecía, en general, de base racional. En el Concilio de Clermont, en 1130, llegó a prohibirse a todo clérigo el estudio de cualquier forma de medicina, y en el cuarto Concilio de Letrán (1215) se separa a los internistas de los cirujanos debido a la mala fama que van adquiriendo estos últimos («sajadores»), en parte propagada por los primeros («garladores»).
Durante la edad media, la vida dentro de los conventos es muy rica culturalmente hablando, pero en el exterior la situación es muy distinta. Hay una falta de higiene generalizada, combinada con el hacinamiento y la alta procreación. Todo ello propicia una época de grandes epidemias que diezmaron a la población durante varios siglos. Esta avalancha de enfermos junto con los escasos médicos de entonces y su bajo nivel de conocimientos y formación, dejo a la población desprovista de los cuidados necesarios y olvidada a su suerte. Por ello, en cada hogar una improvisada enfermera se hacía cargo de los familiares y vecinos que enfermaban.
Esta situación perduro durante toda la Alta Edad Media (siglo V-X), y no fue hasta la Baja Edad Media(X-XV) cuando se produce un crecimiento exponencial de hospitales. El mayor hospital conocido de la época se encontraba en El Cairo: Al-Mansur, recinto hospitalario fundado en 1283. Otros Hospitales de renombre fundados en esta época y que hoy siguen en funcionamiento son el Hôtel Dieu de Lyon, el Hôtel Dieu de París y el Hospital del Santo Spirito de Roma.
Es en esta Época de finales de la Alta Edad media y comienzos de la Baja Edad Media cuando data la fundación de la famosa Escuela de Salerno, la cual es considerada la primera universidad europea y fue el centro más antiguo de instrucción laica. Se fundó en el siglo IX alcanzando su máximo esplendor entre los siglos X y XIII. Los requisitos habituales de la escuela de Salerno eran tres años de premedicina a nivel de escuela superior para el estudio de la lógica, filosofía y literatura, cinco años de medicina y cirugía y un año de práctica con un médico famoso. Desde el punto de vista de la social, es importante el papel jugado por las mujeres en la práctica y en la enseñanza de la medicina en esta institución, pues eran aceptadas como profesoras y alumnas en claro contraste con las posteriores universidades, donde la presencia femenina estará prohibida hasta finales del siglo XIX.
El primer tratado europeo medieval de cirugía tiene su origen en esta escuela: La Practica Chirurgiae, de Ruggero Frugardi (1170), obra que se ocupa del tratamiento de las heridas y traumatismos. Sin embargo, tenemos que avanzar unos años más y desplazarnos a otra famosa escuela de la época, la de Bolonia, para encontrar uno de los tratados más importantes, Chirurgia, un tratado dedicado exclusivamente a la cirugía. Su autor, Teodorico Borgognoni, además de poner en tela de juicio la práctica, heredada desde tiempos de Galeno de dejar que las heridas «se carguen de pus», como medida más eficaz para su curación, describe la sutura realizada con hilos realizados con intestinos de animales (auténtico precursor del catgut, seda de sutura empleada en cirugía antes del desarrollo de materiales artificiales, hecha a base de intestinos de cabra o caballo, y empleada en suturas internas para que pudiera ser reabsorbida con el tiempo, una vez cumplida su función).
El siglo XII ve florecer la escuela de Montpellier. Uno de sus profesores de anatomía fue Henri de Mondeville, pero el más destacado profesor de esta escuela fue Guy de Chauliac (1290-1368), autor de La gran cirugía (Chirurgia Magna, 1363) y considerado como padre de la cirugía. En esta obra desarrollo sus conocimientos sobre anatomía, cirugía y patología entre otros. En ella podremos encontrar excelentes descripciones sobre la peste, operaciones de cataratas, reducción de fracturas y uso de sustancias narcotizantes. Es considerada como la mejor colección de literatura médica, y estuvo en vigor hasta el siglo XVI. Este cirujano fue el primero en realizar observaciones sobre heridas por armas de fuego. Durante toda su vida estuvo íntimamente ligado a la iglesia, siendo el médico personal de tres papas, a saber, Clemente VI, Inocencio VI y Urbano V.
En este punto de inflexión entre la Baja y la Alta Edad Media, no nos podemos olvidar de otro gran cirujano, Abu al-Qasim (Abulcasis) (936-1013 d.c). Este médico cordobés, conocido como uno de los fundadores de la cirugía moderna, combino las enseñanzas clásicas grecolatinas, con los conocimientos de la ciencia del próximo oriente. Su mayor legado fue Al-Tasrif, una obra de treinta volúmenes sobre la práctica médica, donde recopiló todo el conocimiento médico y farmacéutico de la época. Fue, asimismo, un gran innovador en las artes médicas, siendo el primero en emplear el hilo de seda en las suturas.
Especialista en cirugía, en su obra describe los procedimientos que utilizaba en sus operaciones de ojos, oídos, garganta, amputaciones, implantes de dientes, etc. Abu al-Qāsim también inventó el fórceps para extracción de fetos muertos, con ilustraciones en el Al-Tasrif. En dicha obra también introduce el uso de ligadura para controlar la sangre de las arterias para su cauterización.Desarrolló más de 200 nuevos instrumentos quirúrgicos que describe en el último libro de su extensa enciclopedia.
Ya entrada la Baja Edad Media, nos encontramos con la figura del Barbero, Sangrador, barbero sangrador o barbero cirujano. Las profesiones de médico y médico cirujano estaban cada vez más separadas y la de cirujano en particular despreciada. Los pocos cirujanos formados de la época eran difíciles de encontrar y excesivamente caros. Es entonces cuando surge la citada figura del Barbero, más económica y totalmente accesible a toda la población. Los clientes de estos profesionales de la salud eran en su mayoría campesinos y artesanos que no podían permitirse pagar un médico o un cirujano. Sin embargo, los nobles también contrataban sus servicios por recomendación de sus médicos de cámara.
“El oficio de cirujano barbero se fragmenta entre barberos y cirujanos, dando lugar a categorías distintas de personal dedicado a la medicina quirúrgica. Los cirujanos adquieren un importante reconocimiento dentro de la medicina y se consolidan como los grandes maestros de la misma, mientras que los barberos sangradores siguen siendo considerados por la sociedad como curanderos ambulantes con escasa o nula formación teórica que irán evolucionando, no obstante, hacia una Enfermería científica y humana como es la actual.”
La figura del barbero sangrador consistía en la práctica de pequeñas cirugías (flebotomías, extracción de muelas, cura de abscesos, entre otros), sin ninguna base formativa; eran conocimientos empíricos y se transmitían a un aprendiz. Sus actividades llegaron hasta abarcar el ámbito obstétrico, ya que si las comadronas veían complicaciones en el parto tenían la obligación de avisar al barbero, ya fuese para sacar al niño mediante instrumentación quirúrgica por vía vaginal o en el caso de fallecer la madre en el proceso, mediante una cesárea postmortem. La mayoría de los barberos ejercían su labor bajo su propia casa, donde vivían con su familia y en algunos casos con sus propios aprendices. Su estatus era sustancialmente inferior al de los cirujanos, de hecho, en París, alrededor de 1210 dC, se estableció la identificación de los cirujanos académicos como “cirujanos de la túnica larga" y los cirujanos barberos como "cirujanos de la túnica corta".
La práctica más común de los barberos sangradores era “las sangrías”, la cual se sostenía en la teoría de Hipócrates de que de esta manera se solventaba el “sobrebalance” de humores, lo cual causaba la enfermedad. Que, en 1163 en el consejo de Tours, se declarase sacrílego para el clero extraer sangre del cuerpo humano, y que estos ministros de Dios fuesen excluidos de las prácticas médicas, propicio el auge de los citados barberos.
A lo largo de los siglos la práctica del barbero sangrador se fue haciendo más común y comenzaron a agruparse, su primera organización oficial en Francia en el año 1096. Organizaciones como la de San Cosme se fundaron con el fin de instruir y supervisar la labor de los barberos por parte de los cirujanos, pero no será hasta comienzos del siglo XVI cuando su entrada en la universidad se haga oficial.
Sin embargo, con el paso del tiempo, los pacientes comenzaron a quejarse de que en vez de curarse con “las sangrías”, estas les hacían enfermar aún más. Esto, unido a la evolución de la medicina, acaba siendo el declive y posterior final de la profesión de barbero cirujano. Luis XV de Francia decretó en 1743 que los barberos no debían practicar cirugía y finalmente en Londres, en 1745, después de una serie de investigaciones, se aprobó una ley para separar a los barberos y cirujanos para siempre, acabando así con los barberos como practicantes de medicina y para fines del siglo XVIII, la mayoría de los barberos habían renunciado a sus derechos para realizar cirugías; excepto en pequeñas ciudades donde los cirujanos todavía no estaban disponibles.
En muchos artículos vemos como consideran a los barberos sangradores como los primeros antecesores de la Enfermería quirúrgica. Mientras muchos otros los consideran los homólogos, en aquella época, a los actuales odontólogos y/o podólogos.
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