TEMA 1. MANEJO DEL DOLOR EN LA ATENCIÓN A PACIENTES PALIATIVOS


El dolor oncológico representa una experiencia multidimensional que no se limita al síntoma físico, sino que engloba también componentes emocionales, sociales, culturales y espirituales. Su prevalencia es muy elevada: afecta a más del 50% de los pacientes en alguna fase del cáncer y hasta al 90% en estadios avanzados. Se diferencia entre dolor basal, persistente y continuo, y dolor irruptivo, episódico e intenso, que irrumpe sobre un dolor previamente controlado. Desde el punto de vista fisiopatológico, intervienen mecanismos inflamatorios, neuropáticos y nociceptivos, además de efectos secundarios de los tratamientos oncológicos. La clasificación del dolor se establece por mecanismo (nociceptivo, neuropático, psicógeno), duración (agudo, crónico, irruptivo) y origen (óseo, visceral, nervioso, cerebral, muscular), lo que permite orientar mejor las estrategias terapéuticas.

La valoración del dolor debe ser integral, combinando escalas objetivas, subjetivas unidimensionales y multidimensionales (EVA, EVN, McGill, BPI, PAINAD, Campbell). El tratamiento sigue los principios de la OMS, con la vía oral como preferencia, administración pautada y uso de coadyuvantes cuando sea necesario. La escala analgésica contempla tres peldaños: analgésicos no opioides (paracetamol, metamizol, AINE) para dolor leve; opioides débiles (codeína, tramadol) para dolor moderado; y opioides potentes (morfina, metadona, fentanilo) para dolor intenso, sin techo analgésico pero con riesgo de efectos adversos, tolerancia y dependencia. En cuidados paliativos se utilizan además la vía subcutánea y dispositivos como las bombas elastoméricas para la infusión continua de fármacos, especialmente opioides. El abordaje, multidisciplinar y centrado en el paciente, debe incluir medidas farmacológicas y no farmacológicas, así como un acompañamiento emocional y social que contribuya a aliviar el denominado “dolor total”.