La valoración nutricional es un proceso fundamental dentro de la práctica clínica, ya que permite detectar de manera temprana tanto a los pacientes que ya están desnutridos como a aquellos que presentan riesgo de desarrollar desnutrición o déficits nutricionales concretos. Este procedimiento no se basa en un único dato aislado, sino que requiere integrar información obtenida a partir de parámetros clínicos, antropométricos, analíticos y funcionales. Aspectos como el peso, la talla, el índice de masa corporal o la evolución de la composición corporal ofrecen una primera aproximación, mientras que pruebas bioquímicas, como la determinación de albúmina, prealbúmina, transferrina o proteína ligada al retinol, permiten evaluar cambios tanto a corto como a largo plazo.
El cribado nutricional se apoya en herramientas estandarizadas, como el MUST, el MNA®, el NRS 2002 o el NSI, y en sistemas informatizados hospitalarios como CONUT® o INFORNUT®, que utilizan variables analíticas clave para establecer el grado de riesgo. En los últimos años, la Global Leadership Initiative on Malnutrition (GLIM) ha marcado un consenso internacional que combina criterios fenotípicos —pérdida de peso, reducción de masa muscular, IMC bajo— con criterios etiológicos, como la disminución de la ingesta o la presencia de inflamación. Gracias a esta visión integral se logra un diagnóstico más ajustado de la malnutrición y se facilita la aplicación de intervenciones adecuadas para mejorar el pronóstico de los pacientes.
