1. ENFERMEDAD COMO SITUACIÓN DE ESTRÉS
El impacto que la enfermedad genera en las personas depende de la interferencia que genere dicha enfermedad en su capacidad funcional (dependencia), las reacciones emocionales que la acompañen (indefensión, ansiedad, amenaza... que a veces generan estados regresivos y egocentrismo) y del grado de interferencia en la consecución de las metas personales (proyecto de vida). Además, también son importantes los efectos sociales de la enfermedad: etiquetado (vivencia de “enfermo” frente a “sano”), expectativa social de aceptación de la situación, interferencia en relaciones interpersonales y responsabilidades... No hay que olvidar, sin embargo, que todo lo anterior tiene que ver con la lectura que la persona haga de la situación, y que dicha lectura vendrá condicionada por aspectos cognitivos, emocionales, evolutivos y sociales.
En la misma línea se sitúa la hospitalización. Tanto la enfermedad como la hospitalización pueden suponer una situación de estrés extraordinaria para la persona, entendiendo por estrés el grado de tensión que surge ante la aparición de una demanda que requiere de una adaptación, es decir, de conductas de ajuste para afrontar la demanda y conservar la homeostasis. Aunque no está claro que el estrés (como proceso de adaptación) cause directamente enfermedades, sí contribuye de manera negativa al bienestar de la persona. La dificultad radica en su medición: pueden emplearse tanto medidas fisiológicas y bioquímicas como medidas de autoinforme, dada su vivencia subjetiva. No obstante, estas últimas pueden resultar menos fiables.
1.1 Síndrome general de activación (Selye)
Presenta, por un lado, una respuesta fisiológica que acontece en 3 fases:
- Alarma: activación del SN Simpático y de las glándulas suprarrenales: adrenalina y noradrenalina.
- Resistencia: el cortisol y la cortisona proporcionan el máximo aporte al organismo.
- Agotamiento: máxima excitación simpático-adrenal y neuroendocrina; sobrecarga de los órganos, aparición de síntomas somáticos y enfermedad.
La respuesta psicológica, explicada mediante el modelo transaccional o procesual del estrés, de Lazarus y Folkman. Este modelo concede gran importancia a los procesos cognitivos que median entre el estímulo estresante (pueden ser experiencias traumáticas, acontecimientos del ciclo vital, contratiempos cotidianos o dificultades cronificadas) y la respuesta de estrés. Cuando una persona está afectada por un suceso de estrés mayor o por muchos sucesos estresantes menores (cuyo efecto acumulativo puede generar un desgaste mayor a medio y largo plazo), su organismo puede reaccionar mostrándose en los órganos diana por acción del hipotálamo.
Proceso de evaluación de un estresor según Lazarus y Folkman
2. CONDUCTA DE ENFERMEDAD
La alfabetización en salud hace referencia a las habilidades sociales y cognitivas que determinan el nivel de motivación y la capacidad de una persona para acceder, entender y utilizar la información de manera que le permita promover y mantener una buena salud.
2.1 Definición
Experiencia subjetiva de enfermedad, también denominada asunción del rol de enfermo (Parson). Este concepto, acuñado por Mechanic (1962), surge a partir de la existencia de diferentes respuestas que las personas generan ante procesos de enfermedad similares. Estas respuestas estarían condicionadas por:
- La personalidad de la persona, sus recursos, habilidades y competencias, su nivel de madurez..., y la comparación de habilidades y capacidades de la persona enferma y las de los demás.
- La situación personal de la persona enferma, las relaciones con el medio sociofamiliar, los posibles conflictos...
- El significado que la enfermedad o malestar tengan para la persona, así como el significado que le otorgue a la hospitalización.
- El proceso de atribución causal de los orígenes de la enfermedad o malestar.
2.2 Etapas
Etapa inicial o fase de dolencia o de aparición de los síntomas: valoración subjetiva de los síntomas, construida en relación con las creencias sobre las causas del malestar y la percepción de control. Comienza un proceso de representación de los posibles efectos de la enfermedad. Es frecuente el autotratamiento y la continuidad con las rutinas.
Etapa de definición de la enfermedad: los síntomas se comunican al entorno cercano. Si son legitimados, la valoración deja de ser subjetiva y la persona ya está “oficiosamente” enferma. Se dota de significado a su enfermedad (puede ser calificada de reto o amenaza, entendida como un castigo, o vivida como un refugio o una fuente de beneficios), y la persona enferma completa la representación mental de su enfermedad (esta representación condicionará su conducta de afrontamiento). Resultan frecuentes los remedios caseros desde la sabiduría popular.
Etapa de contacto asistencial: se acude al especialista para que legitime “oficialmente” el estado de enfermedad. Se demanda tratamiento técnico con el objetivo de recuperar rápidamente su rol de funcionamiento normal. Si profesionalmente no se evidencia un diagnóstico, aparecen los enfermos funcionales, cuya conducta se caracteriza por peregrinar de especialista en especialista.
Etapa de estado de la enfermedad, situación de dependencia: asunción del rol de enfermo y aceptación de las indicaciones terapéuticas. Ajuste de relaciones con el entorno y redefinición de roles.
Etapa de convalecencia y rehabilitación: desaparición paulatina de los síntomas más agudos, aparición de secuelas... La persona reanuda parcialmente sus actividades y se ajusta a las nuevas posibilidades.
Etapa de recuperación o curación: abandono definitivo del rol de enfermo e incorporación plena a “sus rutinas”.
Como se deduce de lo anterior, para Mechanic, aspectos como la información y el conocimiento sobre la enfermedad, la percepción de la peligrosidad de los síntomas, las creencias de la persona, la disponibilidad de los recursos, el coste psicológico percibido o el coste económico contribuyen a reconocer e interpretar los síntomas padecidos, así como a elegir la conducta implementada.
Dado que los factores personales son muy importantes, es interesante señalar que las personas autorreferentes suelen desarrollar las siguientes respuestas al estrés: preocuparse de forma excesiva por cómo realizan las tareas, compararse constantemente con otras personas, rumiar con frecuencia, es decir, dar vueltas de manera interminable a los problemas, y percibirse a menudo como “inútiles”, además de preocuparse en exceso por síntomas de activación corporal como taquicardias, opresión en el estómago...
2.3 Otros modelos
Schuman señaló 5 etapas (similares a las de Mechanic) subrayando también la influencia del entorno sociofamiliar y cultural.
- Experiencia de los primeros síntomas.
- Aceptación del rol de enfermo.
- Legitimación del rol de enfermo.
- Contacto con el equipo de salud.
- Recuperación del estado de salud.
2.4. Rol del cuidador
De manera muy similar, la persona que asume el rol de cuidador avanzará por fases:
Fase de negación o falta de conciencia del problema: esto le permite controlar sus miedos y sentir así mayor control y seguridad.
Fase de búsqueda de información y aparición de sentimientos negativos.
Fase de reorganización: aunque persistan algunos sentimientos negativos, se recupera la sensación de control y se modifican las rutinas en función de las necesidades que surjan; riesgo de sobrecarga.
Fase de resolución: autonomía de cuidado; la persona es capaz de dar respuesta a la mayoría de las demandas presentes y futuras, o de buscar recursos.
2.5 Hospitalización y ciclo vital
2.5.1 Niños (hasta 10-12 años)
Aunque el entorno familiar tiene mucho que ver, se puede decir que los más pequeños (hasta 4-6 años) suelen adoptar conductas regresivas, mientras que los más mayores tienden a manifestar, además de las regresivas, conductas agresivas.
2.5.2 Adolescentes (desde 12-14 hasta 18-20 años)
Se trata de una etapa de gran confusión, con grandes cambios físicos, psíquicos (amor, melancolía, angustia, identidad...) y sociales (atracción interpersonal, emancipación emocional de la familia, identificación con el grupo de iguales...) que repercuten también en la vivencia de la hospitalización. Con frecuencia, aparecen dificultades para modificar conductas y emociones de rechazo, que se traducen en depresión o enfado: hospitalizarlos los separa de su entorno, los convierte en “diferentes”, amenaza su imagen corporal y su identidad, e interfiere en la planificación y ejecución de sus proyectos de vida.
2.5.3 Edad adulta
Los aspectos psicosociales adquieren mucha importancia. Aspectos como el cambio de estatus, la asunción de responsabilidades o el compromiso con el rol son de gran importancia en el adulto joven (hasta 40-45 años), mientras que la integridad física y la conservación de la autonomía se convierten en meta para el adulto (45-65 años). La hospitalización tambalea todo lo anterior, de manera que, entre los temores principales de los pacientes adultos ante la enfermedad, es frecuente que figuren la pérdida de la integridad corporal, la posibilidad de perder la autonomía y volverse dependientes, así como las repercusiones laborales o la inversión en los roles de cuidado. Son frecuentes también la ansiedad y la vivencia de culpabilidad.
2.5.4 Vejez
En una etapa caracterizada por las pérdidas (en todos los sentidos), la hospitalización se vive aún de manera más intensa, con emociones que pueden variar desde la angustia y el miedo a que se convierta en el “principio del fin”, hasta la calma y aparente aceptación. Esta última reacción puede quedar explicada por la teoría de la desvinculación (Cumming y Henry), que defiende que, inherente al proceso de envejecimiento, las personas mayores van reduciendo, con el paso de los años, el número de actividades realizadas así como el número de contactos sociales mantenidos. Se produce así una dinámica de desapego o desarraigo, de “retiro social”, de ruptura de vínculos entre la persona y su entorno. Por ello, podría afirmarse que, cuando una persona mayor intenta mantener los niveles y las pautas de actividad previos, podría estar mostrando una conducta desadaptada desde el punto de vista de la teoría explicada.
3. CONDUCTAS DE AFRONTAMIENTO
3.1 Definición
Afrontar implica hacer frente a las demandas (estresores) que surgen, tratando de resolverlas con el menor coste posible para uno mismo. Por lo tanto, afrontar también es adaptarse, un término que ha sido ampliamente contemplado en Enfermería. Aquí se presentan algunas definiciones importantes que marcan la dirección de la adaptación o afrontamiento, que no es otra que el crecimiento personal:
M. Levine: proceso de cambio por el cual el individuo conserva su integridad dentros de la realidad de su entorno.
C. Roy: las respuestas adaptativas son respuestas que favorecen la integridad de la persona en términos de metas de supervivencia, crecimiento, reproducción y dominio.
H. Erickson: la adaptación se produce cuando el individuo responde a los agentes estresantes internos y externos, de una forma dirigida hacia la salud y el crecimiento.
Ante situaciones de estrés, algunas personas se empequeñecen, otras hacen uso de los recursos de los que ya disponían y otras aprenden a utilizar nuevos recursos. La resolución de una demanda estresante depende, en gran medida, de los aspectos psicosociológicos de la persona: factores personales (autoestima y autoconcepto, percepción del impacto de la situación, valoración que los recursos...), factores familiares (cambios en los roles, dinámicas familiares...) y factores sociales (relacionados con la interacción con los demás, el nivel económico, el trabajo, las características ambientales...) que condicionarán la elección y la utilización de respuestas de afrontamiento. De hecho, tanto el apoyo social como el sentimiento de control sobre la propia vida son factores que contribuyen positivamente a afrontar el dolor y las situaciones de estrés.
3.2 Tipos de afrontamiento
3.2.1 Dirigido al problema
Esfuerzo por modificar las condiciones de la situación estresante: búsqueda de información, adhesión al tratamiento, hábitos saludables y cambio de rutinas, utilización de recursos existentes o novedosos... Puede incluir también el entrenamiento cognitivo y emocional para modificar las motivaciones o pensamientos, y así ajustar las expectativas, es decir, cambiar, desde el aprendizaje, la “mirada” hacia los estresores (convertir en reto lo que antes era amenaza).
3.2.2 Dirigido a la emoción
Aparecen sobre todo cuando la persona percibe que no puede cambiar la situación y trata de minimizar el impacto en su salud: negación, minimización, distanciamiento, atención selectiva, racionalización, énfasis de aspectos positivos frente al resto, relajación, planificación de actividades de distracción...
3.2.3 Directo
Implica actuar sobre el estresor (afrontamiento dirigido al problema). Para ello, es necesario definir bien la demanda y establecer un plan de acción para resolverla (resolución de problemas, confrontación directa, búsqueda de apoyo social...).
3.2.4 Defensivo
Tiene por objetivo suprimir los efectos negativos del estrés, no actuar sobre el estresor en sí mismo, sino más bien huir de él o paliar sus efectos (evitación, huida, relajación, meditación, biofeedback, uso de fármacos o sustancias tóxicas...). Utiliza principalmente estrategias dirigidas a la emoción.
Mecanismos de defensa
Estrategias características del afrontamiento defensivo; puntualmente pueden resultar beneficiosas, pero usarlas de forma prolongada suele provocar respuestas inadaptadas.
- Negación: no reconocer la realidad o los sentimientos que provoca.
- Represión: expulsar de la conciencia pensamientos y deseos que generan ansiedad; llevarlos al inconsciente. Sin embargo, se ha comprobado que, en situaciones de cáncer, las personas mejoran sus probabilidades de supervivencia si aprenden a expresar sus emociones negativas y no las niegan ni reprimen.
- Racionalización: buscar razones “racionales”, generalmente bien aceptadas por la sociedad, para explicar deseos, sentimientos, necesidades o conductas “menos apropiadas” (“Mi bronquitis no tiene nada que ver con ser fumador, es por la humedad”).
- Fantasía: albergar una construcción mental idealizada de una persona o situación que permite compensar una realidad diferente.
- Formación reactiva: sustituir comportamientos, pensamientos o sentimientos por justo los contrarios. Por ejemplo: tratar con indiferencia o incluso mal a una persona que te atrae.
- Sublimación: canalizar deseos, necesidades y pensamientos por conductas aceptadas Por ejemplo: esa persona que no puede tener hijos y se dedica a recoger y a cuidar todos los animales de la calle.
- Compensación: contrarrestar un déficit, dificultad, necesidad o deseo buscando sobresalir optimizando otra habilidad (“Como no soy buen estudiante, me esfuerzo por sobresalir en los deportes”).
- Proyección: atribuir a otra persona la responsabilidad sobre conductas o emociones propias (“Yo fumo porque tú me gritas”).
- Desplazamiento: dirigir hacia otra persona sentimientos o pensamientos generalmente de hostilidad, sabiendo que la persona sobre la que se desplaza no puede hacerle daño. Por ejemplo: tratar mal al personal de Enfermería cuando en realidad el enfado es con la familia.
- Identificación: imitar a personas que resultan admirables (modelo). Aunque puede ser oportuno en la adolescencia (durante la “construcción de la identidad personal”), se convierte en disfuncional cuando genera dependencia del modelo o incapacidad de “ser tú mismo”.
- Regresión: huir de la realidad retrocediendo en el tiempo y retomando conductas más infantilizadas (egocentrismo, dependencia en las actividades básicas de la vida diaria (ABVD), baja tolerancia a la frustración...). A veces, en el hospital se observa que personas autónomas para las actividades de la vida diaria (AVD) y con buen nivel de actividad, muestran una conducta anómala de dependencia en los cuidados, reclamando ayuda para cualquier actividad que antes realizaban sin dificultad, en ausencia de impedimento objetivo. Sin embargo, a medida que la persona enferma va recuperando autonomía y percepción de control, las conductas regresivas han de desaparecer.
- Uso del humor: como medida para distraer o suavizar el impacto del estresor.
Finalmente, el resultado de las conductas de afrontamiento puede originar respuestas emocionales que se sitúan en un continuo de adaptación-desadaptación.
4. EL DUELO COMO PROCESO DE ADAPTACIÓN
Para que una persona pueda afrontar una situación, primero ha de reconocer su existencia. Sin embargo, tal y como se desprende de los mecanismos de defensa, no todas las situaciones son sencillas de aceptar. Al proceso de adaptación o ajuste a las características derivadas de una situación estresora se le denomina proceso de duelo.
El duelo se relaciona con la separación, con la vivencia de pérdida. Comienza con la anticipación de una posible futura separación y se da por finalizado cuando la persona es capaz de 1) despedirse del objeto de vinculación, verificando así la realidad de la separación, y 2) establecer lazos emocionales con la nueva realidad.
4.1 Situaciones que pueden desencadenar un duelo
Aunque con frecuencia se piensa en la muerte, no es la única separación que puede vivir una persona. A grandes rasgos, la separación puede ser de:
- Personas: por fallecimiento, divorcio, emancipación, distanciamiento físico (emigración, encarcelamiento, institucionalización) o nido vacío.
- Bienes materiales: cambio de trabajo o de casa, pérdida de objetos significativos para la persona...
- Valores y creencias: tras un hecho traumático, es frecuente la variación de las prioridades.
- Una parte del cuerpo o de la funcionalidad: amputaciones, lesiones, enfermedades, el propio proceso de envejecimiento...
- El rol: cambio en el papel social ejercido y en las tareas y responsabilidades ligadas a él.
- El estatus previo, en relación con el grado de reconocimiento positivo de la sociedad hacia la persona.
- Relaciones y lazos afectivos: por aislamiento o confinamiento, hospitalización, cambios de geolocalización o por motivos asociados a procesos como la formación de una familia o el envejecimiento.
4.2 Modelos teóricos
El duelo puede entenderse como proceso y como tarea. Dentro de la perspectiva de proceso, una de las teorías más conocidas (aunque no exenta de críticas) sobre el duelo es la dibujada por E. Kübler-Ross, que establece un proceso en 5 fases, desde el conocimiento del estresor impactante hasta su aceptación. Por su parte, Engel perfiló el proceso en 6 etapas, mientras que Parkes y Bowlby agruparon las respuestas cognitivas, emocionales y conductuales en 4 fases diferentes. En cualquier caso, durante las primeras etapas puede aparecer sufrimiento somático agudo (ahogo, debilidad, cefaleas, dificultad para descansar...), acompañado también de gran sufrimiento emocional (culpabilidad, pensamientos recurrentes, enfado, tristeza, inhibición emocional, apatía...). Desde el punto de vista de la conducta, se señalan como frecuentes la aparición de trastornos de la conducta de alimentación, aislamiento social, soñar con el objeto/persona de separación, llanto, evitar todo aquello que recuerde al objeto/sujeto de separación o, por el contrario, llevar y atesorar objetos recordatorios, hipero hipoactividad...
En cuanto a la concepción del duelo como tarea, destaca el modelo de Worden, quien establece 4 tareas principales que la persona en duelo ha de resolver para ajustarse a la nueva realidad: 1) aceptar la separación, tomar conciencia; 2) darse permiso para sentir, dejar fluir las emociones; 3) despedirse, reajustar roles y rutinas, adaptarse a un medio en el que el objeto/sujeto de separación ya no está; y 4) recolocar emocionalmente al objeto/sujeto de separación y reconectar con “la vida”.
Comparación de modelos sobre el duelo
4.3 Tipos de duelo
La presencia e intensidad de las emociones que aparecen en un duelo vienen condicionadas por las características psicológicas de la persona doliente, el vínculo emocional establecido, las circunstancias de la separación y los recursos disponibles. Si se atiende a los tipos de duelo en función de la duración o intensidad de la respuesta emocional, se pueden diferenciar los siguientes:
No complicado: la intensidad de los síntomas no interfiere de manera absoluta en el funcionamiento global de la persona. Aunque en un inicio pudieran ser muy intensos, se espera que vayan remitiendo a partir de los 4-6 meses.
Complicado: el sufrimiento que acompaña al luto no sigue las expectativas normales y se manifiesta en un deterioro funcional con síntomas que persisten mucho después de la separación. Dentro de este, a su vez, se puede hablar de los siguientes subtipos de duelo:
- Crónico: tiene una duración excesiva y nunca llega a concluirse. La persona doliente es incapaz de reconstruir su vida o restablecer cierta normalidad.
- Retardado, inhibido o pospuesto: comienza con embotamiento afectivo y dificultad para expresar las emociones. Las manifestaciones emocionales, con frecuencia, aparecen con cierta anacronía.
- Eufórico: como mecanismo de protección, la persona doliente puede actuar con cierta euforia, intentando prolongar la vinculación con el objeto/sujeto de separación, o explicando la separación como algo beneficioso.
- Enmascarado: los síntomas emocionales se somatizan o se conductualizan, sin relacionarlos con la situación de separación.
- Ambiguo: quizás uno de los más complicados de abordar, puede darse cuando se siente al objeto/sujeto de separación ausente físicamente, pero presente psicológicamente (desapariciones en catástrofes, por ejemplo), o al revés: presentes físicamente, pero ausentes psicológicamente (por ejemplo, ante personas en coma o con demencia avanzada).
- Psiquiátrico: aparición de trastornos psiquiátricos evidenciables. Pueden aparecer cuadros histéricos (identificación con la persona fallecida y reproducción de su sintomatología), obsesivos (con grandes dosis de culpabilidad, frecuente en relaciones ambivalentes), melancólicos (depresión e ideación suicida), maníacos (cuadros expansivos que con frecuencia evolucionan hacia la depresión), delirantes...
De cualquier manera, para facilitar la elaboración del duelo es importante tener en cuenta que no se deben utilizar eufemismos, ni retirar objetos que despierten recuerdos, ni evitar situaciones que movilicen las emociones. Por el contrario, utilizar palabras como “muerto” o “muerte” y permitir la expresión de dolor pueden ayudar al doliente en el proceso de superación.
5. ALGUNAS SITUACIONES ESTRESORAS ESPECIALES
5.1 Embarazo y parto
Algunos autores incluyen el embarazo como un estresor enmarcado dentro del contexto de los acontecimientos vitales. Así, Helene Deutsch defendió que las mujeres podían vivir el embarazo bien como desafío, bien como amenaza, con sus correspondientes efectos psicológicos.
Por su parte, Reva Rubin identifica los cambios psicológicos y conductuales después del parto en 3 etapas, poniendo de manifiesto el impacto en la mujer. Así, desde la evolución natural y positiva, diferencia las siguientes etapas:
Aceptación o periodo de conducta dependiente: tras el parto y durante el primer o el segundo día, la madre puede sentirse pasiva y dependiente, plantear muchas dudas que condicionan su iniciativa y centrarse en sus propias necesidades.
Apoyo o transición de dependencia a independencia: se va recuperando el bienestar y la energía, y se centra la atención en el recién nacido, asumiendo responsabilidades. La madre se muestra receptiva a las instrucciones de cuidado.
Abandono o adopción de nuevas responsabilidades: llegada a casa. La madre abandona el rol dependiente, toma el control de la situación, se redefinen los parámetros de pareja y las relaciones sociales. Fortalecimiento del vínculo con el recién nacido.
5.2 Violencia de género
5.2.1 Definición
Las Naciones Unidas definen la violencia de género como “todo acto de violencia de género que resulte, o pueda tener como resultado un daño físico, sexual o psicológico para la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la privada” (1993).
5.2.2 Tipos de violencia de género
Psicológica: actos contra la estabilidad emocional y los recursos de afrontamiento de la persona. Incluye la violencia ambiental (rotura de objetos).
Física: actos que amenacen la integridad física de la persona.
Económica y/o patrimonial: actos encaminados a coartar la autonomía o la posibilidad de la autonomía económica.
Sexual: actos que atenten contra el cuerpo o la sexualidad de la persona. Según el documento Percepción Social de la Violencia Sexual del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social (2018), la forma de violencia sexual contra la mujer que menos personas identifican como tal es la prostitución.
Simbólica o encubierta: muchas veces “camuflada” en imperativos de rol y clichés asociados al sexo y al género. En este sentido, según L. Bonino (2004), se denominan micromachismos a las “formas de dominación de baja intensidad y modos larvados y negados de dominio, ejercidos por un hombre hacia su pareja, que producen efectos dañinos que no son evidentes al comienzo de una relación y que se van haciendo visibles a largo plazo”.
No obstante, aunque se suele pensar en la violencia como “acción”, no es la única manera. La omisión de cuidados puede tener incluso peores consecuencias. De hecho, la denegación de los cuidados precisos es el tipo de violencia que sufren con mayor frecuencia las personas con discapacidad.
5.2.3 El ciclo de la violencia
Walker (1979) propuso un proceso con 3 fases principales, que se sucederían en el tiempo y que permitirían perpetuar la situación de desequilibrio.
Fases del ciclo de la violencia
La fase de acumulación de tensión suele culminar con una explosión agresiva. Esto asusta tanto a la persona que agrede como a la agredida, provocando arrepentimiento en la primera (luna de miel) y alerta en la segunda. Con el paso del tiempo, la fase de acumulación de tensión se va acortando cada vez más, la de explosión es más frecuente e intensa y la de luna de miel tiende a desaparecer. A la larga, esta dinámica suele provocar un importante desgaste en la víctima, con merma de la percepción de control y de los recursos de afrontamiento.
5.2.4 Otros aspectos de interés relacionados con la violencia de género
Teoría de la indefensión aprendida: dentro de las teorías explicativas en relación con el mantenimiento de la violencia de género, Seligman (1975) expuso que “debido al desgaste psicológico y tras reiterados episodios de violencia, la mujer interioriza la inutilidad de sus estrategias para evitarlos y queda sometida y anulada, entendiendo que cualquier cosa que haga va a resultar inútil”.
Curva de hostilidad: si se contempla en paralelo la curva de hostilidad, se puede observar la similitud del proceso. Conocer las etapas del proceso guiará al profesional sobre el momento óptimo para poder gestionar la agresividad de las personas. Las fases de la conducta hostil serían (Allaire y McNeill):
- Nivel racional: fase de “control” emocional; la persona es capaz de hacer frente a la discrepancia “sin perder los papeles”.
- Nivel de disparo: la tensión acumulada se convierte en conducta explosiva ante cualquier indicio que sea percibido como provocación. En esta fase resulta improductivo razonar con la persona.
- Nivel de enlentecimiento: la explosión baja de intensidad de manera natural. No obstante, ante la aparición de cualquier estímulo disparador, se podría retroceder al nivel anterior, reactivándose la agresividad.
- Nivel de afrontamiento: la persona, aún alerta y exaltada, puede, no obstante, comenzar a escuchar el mensaje dado. Como en la fase anterior, la reactivación de la conducta explosiva puede ser muy rápida.
- Nivel de enfriamiento: recuperación progresiva de la sensación de calma y control.
- Fase de solución: supone volver a la fase racional, momento ideal para resolver los posibles conflictos existentes.
Dificultades de detección: es importante señalar que, en una consulta de Atención Primaria, las principales dificultades para identificar la violencia de género por parte de los profesionales son 1) estar inmerso en el mismo proceso de socialización sexista que el resto de la sociedad, normalizando ciertos comportamientos y actitudes; 2) haber recibido una formación fundamentalmente biologicista, sin abordar los problemas psicosociales, y 3) tener escasa formación en habilidades de comunicación en la entrevista clínica, lo que supone una barrera de abordaje. Además, no se puede olvidar que el contexto cultural también condiciona la apertura de las víctimas. En este sentido, las mujeres mayores de 65 años son las que más tiempo emplean en tomar la decisión de denunciar o, incluso, de poner en conocimiento de los demás lo que están viviendo. En cualquier caso, lo que hay que tener claro es que, ante un caso de sospecha o confirmación de maltrato, es importante abordar directamente el tema de la violencia con la persona afectada.
5.3 Otros tipos de violencia
5.3.1 Bullying y mobbing
Abuso sistemático del poder, mediante conductas repetitivas físicas y/o psicológicas, de carácter violento o intimidatorio, de uno o varios agresores contra la víctima. El bullying suele circunscribirse al ámbito escolar, entre compañeros, mientras que el mobbing se utiliza más en el ámbito laboral.
5.3.1 Ciberacoso y ciberbullying
Uso de medios digitales (internet, medios interactivos, tecnologías digitales o teléfonos móviles) para llevar a cabo conductas de amenaza, humillación, intimidación y acoso, a través de ataques personales y difusión de información falsa o confidencial de la víctima, generalmente menor de edad. Implica daño recurrente e intención de dañar. En el ciberacoso la persona agresora suele ser adulta, mientras que en el ciberbullying todos los protagonistas suelen ser menores de edad.
5.3.1 Sexting y sextorsión
El sexting implica la difusión de contenidos audiovisuales de naturaleza erótica y/o pornográfica de una persona a través de mensajería digital. La sextorsión es una forma de explotación sexual, en la que la víctima es chantajeada con una imagen o video de sí misma desnuda o realizando actos sexuales (sexting).
5.3.1 Grooming
Acciones deliberadas por parte de un adulto de cara a establecer lazos de amistad con un menor de edad en internet, con el objetivo de obtener satisfacción sexual mediante imágenes eróticas o pornográficas del menor o incluso como preparación para un encuentro sexual.
5.4 El dolor
El dolor es una experiencia difícil de cuantificar, dada su multidimensionalidad, con notable importancia de la percepción, subrayando así la dimensión subjetiva. Debe entenderse siempre como un síntoma, aunque no siempre su intensidad correlaciona linealmente con la cantidad de lesión. La experiencia de dolor está ligada a aspectos personales (como el umbral del dolor, la personalidad o el estado de ánimo) y ambientales, entre los que destacan el significado social y cultural del dolor (en Occidente es frecuente la asociación dolor-enfermedad-muerte), así como la propia historia de aprendizaje. Además de la incertidumbre que provoca en relación con el futuro y la interferencia en la realización de actividades, la experiencia de dolor suele provocar conductas de regresión, aumentando en algunas personas la necesidad de dependencia o el gusto por ser cuidadas.
Implicaciones psicosociales del dolor:
- Agudo, con valor adaptativo, pone sobre aviso de alguna lesión. Suele ir asociado a una respuesta de ansiedad, que retroalimenta el dolor primitivo, aumentando así la percepción de intensidad.
- Crónico, que, con frecuencia, se asocia a sentimientos de impotencia e indefensión, dado que ha perdido su valor adaptativo, provocando una alteración del estado general de la persona (estado de ánimo, relaciones interpersonales, ABVD-AVD, calidad de vida en general).
- Psicógeno, sin base orgánica clara, se relaciona más con aspectos psicosociales; es frecuente en personas con inclinación a la magnificación de sus reacciones o a la somatización. Este tipo de dolor suele presentar escasa respuesta a la analgesia.
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